viernes, 21 de septiembre de 2012

La taberna encantada

El humo de los fumadores viciaba la atmósfera de la vieja taberna, y se suspendía cerca del techo opacando la luz. En torno a las mesas los hombres bebían y reían en exceso. Una camarera veterana zigzagueaba entre la clientela equilibrando una bandeja llena de copas y vasos.  Fuera hacía una noche horrible, ventosa, fría, y precipitaba por momentos.
Detrás de la barra, el ayudante del cantinero, que se llamaba Sergio, limpiaba vasos mientras fingía seguir lo que le relataba un borracho que se había acodado en la barra.
El cantinero, con una botella vacía en la mano, se dirigió a Sergio diciéndole:

- Ve a la bodega y trae un par de estas - y señaló con el dedo la etiqueta de la botella.
- ¿Se terminó? - preguntó ingenuamente Sergio.
- ¡Claro! Por eso te estoy mandando a que traigas otras.
- ¿Tengo que ir a la bodega, solo? 
- ¡Ah! Tienes miedo. No te preocupes, que los fantasmas que rondan ahí no te van a fastidiar… mucho ¡Jajaja! Ahora ve, ve, que la noche está movida.

La taberna tenía mucha historia, y parte de esa historia era oscura, pues eran varias las personas que habían muerto allí; algunas perecieron víctimas de las llamas de un incendio que ocurriera décadas atrás, otras murieron en circunstancias poco claras, en accidentes insólitos que despertaban dudas.
Por todo eso la taberna tenía sobrada fama de embrujada, cosa que a la clientela no le importaba mucho, siempre y cuando el lugar estuviera concurrido, además no había otra cantina en el pueblo.
Sergio, que desde que tenía memoria había escuchado las historias y rumores que corrían sobre el lugar, atravesó la puerta que había tras la barra, cruzó por la pieza donde guardaban algunas sillas y mesas, y llegó frente a la puerta del sótano.  Después de encender la luz bajó las escaleras con mucho cuidado.  El sótano, que estaba conectado a la bodega mediante unos pasillos escalonados, que bajaban hacia unas antiguas galerías talladas en la roca, estaba pobremente iluminado, y para guiarse por los pasillos había que encender uno de los faroles que colgaban en una las paredes.

Con el farol sostenido en alto, bajó a la silenciosa bodega que se asemejaba a un laberinto. Cruzó por una hilera de antiguos barriles, doblo hacia la derecha, luego hacia la izquierda, y finalmente quedó frente a la pared en donde estaban los vinos. Tomó apresuradamente dos botellas. Al dar media vuelta, vio que en un recodo del pasillo terminaba de desaparecer una tela blanca que se arrastraba en el suelo; era parte de la pollera de una mujer.
A Sergio lo invadió un temblor repentino. Llegó a la esquina y espió por el pasillo, la mujer fantasmagórica terminaba de doblar hacia la izquierda, y nuevamente vio sólo un trozo de su vestido.

Resistiendo al impulso de salir corriendo, de escapar a los gritos, salió de la bodega, subió por el pasillo, atravesó el sótano y ascendió por los escalones, y sólo al llegar al final de la escalera, miró hacia atrás, hacia abajo, y vio que la aparición lo había seguido hasta allí. Vestía un largo visón blanco, y su cara era una sombra negra, donde sólo resaltaban dos ojos blancos, y se deslizaba de forma fantasmagórica, balanceando los brazos lentamente.
Cuando Sergio apareció tras la barra estaba pálido de terror. Sin hablar, le tendió las botellas al cantinero, que tras examinarlas dijo: ¡Pero esta no es la marca que te pedí! Regresa a la bodega y esta vez no te equivoques.

2 comentarios:

  1. Pobrecillo
    la verdad es que me esperaba alguna frase como "aqui tiene, si necesita algo mas, baje usted mismo, yo me considero despedido" xD

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